miércoles, 8 de diciembre de 2010

Nuestras ciudades (in)visibles: la ciudad de Irene

Las ciudades y la pertenencia

Marina

Durante mucho tiempo no hubo un cartel que rezara Bienvenidos a Marina en la puerta de la ciudad. Si, además de eso, uno era viajero, tenía que tener cuidado de no detenerse mucho tiempo, pues la ciudad siempre se apropiaba de lo que no le pertenecía.

Cuenta la leyenda inexacta y olvidada a medias, que en Marina se asentaron unos peregrinos que estaban de paso durante una noche borrascosa. Armaron unas tienditas precarias pero se quedaron más de lo previsto. Eventual y pregresivamente, otros viandantes que de casualidad pasaban por el lugar, fueron forzados a unirse a este primer asentamiento y al cabo de un año, ya ascendían a cien las casitas improvisadas que se divisaban desde la llanura. La partida siempre era postergada por motivos diversos que ahora ya se han olvidado; nadie podía irse. De este modo, como el corazón de los peregrinos no pertenecía a Marina, todo era endeble, momentáneo y caduco. Todos creían que era cuestión de días, de semanas o (en el peor de los casos) meses, para abandonar el paraje. Y, sin embargo, pasaban los años y Marina seguía creciendo al ras del suelo, minada de tiendas, mercados improvisados, iglesias de chapa.

Pero esta leyenda tiene dos caras y no se puede contar una parte sin mencionar la otra. Una vez que el habitante acepta que está atrapado en Marina y comienza a enamorarse de su vista a la bahía, de su tierra salitrosa, de su aire cargado de frescor o del silencio de los claros, es forzado a irse. Marina es esa mujer caprichosa que al conseguir su objetivo pierde el interés con demasiada facilidad. El ex habitante, entonces, la sueña de lejos y la llora con verdadero sentimiento de pérdida, como un genuino amante abandonado.

Quienes en ella nacen son criados con el sentimiento de la próxima partida y la pertenencia a otro lugar. Es por esta razón que la identidad como ciudadano se define paradójicamente por la no identidad y la no pertenencia, por el deseo de fuga hacia unos horizontes inalcanzables. Quienes mueren en ella luego de muchos años de esperar la partida, son enterrados cerca del mar pero el cuerpo sigue perteneciendo al suelo… hasta en la otra vida se les niega la posibilidad de escapatoria.

Como nunca nadie planeó quedarse, Marina sigue creciendo apoyada en una telaraña de estructuras provisorias. Después de mucho tiempo, los habitantes lograron cierto nivel de resignación y decidieron levantar la única estructura que resistirá el paso de los años; el mojón que marca el camino de entrada a la ciudad. Fue hecho como una advertencia para aquel que pasa y no planea quedarse. Es por esto que la palabra bienvenidos fue omitida.

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